domingo, 3 de mayo de 2009

Una entrada por año no hace daño o de mi visita a València

Visita a Valencia. 24-26 de Abril de 2009.

Todo comenzó hace unos dos meses, cuando este que escribe se enteró a través de lo que se ha dado en llamar la entidad dual que formamos Javi y yo mismo, de la celebración de una reunión de amistades conocidas a través de un foro, que ahora ya puedo considerar amigos, aunque solo pueda verlos y disfrutar de su compañía unas dos o tres veces al año.

Confieso que si hace dos años me hubieran dicho que estaría escribiendo esta entrada, y afirmando lo que haré en esta bitácora tan poco empleada, me sorprendería mucho, y no creería a la persona que me lo hubiese dicho. Sin embargo, la vida siempre se encarga de ponerte en situaciones de todo tipo, y esta es una más, aunque particularmente interesante.

He estado en Valéncia ya en dos ocasiones, y he de decir que si obviamos el calor, lo que he encontrado allí no me ha desagradado tanto como hubiese esperado, pero soy de esas personas que valora y le da significado a un lugar, en tanto en cuanto las personas que aprecia que viven en él, no tanto por el lugar en sí.

El jueves 24, con todo lo necesario para un viaje preparado, me encamine hacia Chapela (una villa de la costa pontevedresa, oficialmente perteneciente al concello de Redondela, pero que por la expansión urbanística de Vigo, hoy está más cerca de ésta, que de aquella) en el fiel Clio de mi abuelo (18 años en la carretera y sigue tirando, aunque ésto solo se explica porque no le dimos mucho trote) para hacer tarde-noche allí, ya que el avión para València salía cinco minutos antes del mediodía del día siguiente.

Aproveché esos momentos para ver a mi familia pontevedresa, ya que durante la Semana Santa, no pude acercarme como acostumbro por motivos de trabajo, y así conversé durante una hora y media con una prima de mi padre a la que le tengo aprecio, y cené con mis tíos y mi primo, que está convalenciente tras haber sufrido un neumotórax, del que por suerte ya está en proceso de recuperación.

Al día siguiente me desperté por primera vez a las cinco de la mañana, pero conseguí conciliar un sueño intermitente de "una hora de sueño, me despierto, una hora de sueño, me despierto", momento en el cual me preparé hasta las 10 de la mañana, hora en la que había quedado con mi tío, para que muy amablemente nos subiera hasta Peinador.

Por el camino recogimos a Javier, y allá nos fuimos a esa situación tan tediosa que suele darse cuando estás de tránsito en los aeropuertos, que ya de por sí son un lugar de tránsito: colas, controles, bolsas de plástico (por nuestra seguridad, por supuesto), etc, etc. Por suerte, Javier y yo tenemos una gran capacidad de conversación, y con la ayuda del inestimable Roberto pasamos las horas de un modo ameno. De hecho, el mustélido vetón nos mostró algunas fotos y articulos de la resaca de su éxito concursil, ya que una asociación de vecinos de Salamanca le hizo un pequeño homenaje, con placa y discurso por parte del humilde Roberto, y todo.

Como buenos amigos, y como Javi y yo queríamos evitar a toda costa deambular por el aerpuerto sin rumbo fijo, acompañamos a Roberto hasta su puerta de embarque, recordando un programa infelizmente desaparecido pero felizmente recordado, como era El Informal. También hicimos algunos comentarios que podrían habernos ocasionado problemas si las fuerzas del orden hubiesen estado a la escucha... de hecho, lo estaban...

Una vez embarcado Roberto (con el sabio consejo de Javi, de no actuar como Melendi) nos dirigimos a manducar, ya que prácticamente eran las dos y media de la tarde. Entre pitos y flautas, casi se nos hace tarde, ya que nuestro vuelo tenía salida a las cuatro de la tarde, y rematamos de comer sobre las 3 y media. Sin embargo, a pesar de tener que recorrernos la T4 de la K a la J y de la J a la K nuevamente, embarcamos sin problemas.

Viajábamos con Iberia, pero el piloto que nos llevó hasta València parecía de Ryanair. Me explico. En mi círculo de amigos y familiares más cercano, tenemos el chiste privado resultado de que siempre que viajamos con Ryanair, al llegar a destino, el avión siempre realiza un salto mayor o menor, según la pericia del piloto en cuestión. Por eso, oficialmente, tengo el honor de presentar en sociedad, la Teoría del Salto de Ryanair, que reza así: Un piloto será más o menos de Ryanair en tanto en cuanto el salto del avión que pilota sea mayor o menor en el momento de aterrizar, sea efectivamente miembro de la compañía Ryanair, o de cualquier otra.

En cualquier caso, llegamos a València sin novedad, y con unas leves turbulencias por el camino, nada grave. En este momento de la narración, tengo que hacer un inciso para afirmar que mi compañero de viaje tiene una vejiga de hierro, ya que desde Vigo a València pasaron casi 5 horas, y no fue al baño en todo el viaje, hasta llegar a Manises, que entonces se desquito castigando al señor Roca pero a base de bien... Yo en cambio me acerque por los servicios, tanto en Vigo como en Madrid... ¿Es demasiado pronto para próstata, verdad?

Una vez en Manises, como no teníamos que pasar por el tedio de recoger maletas facturadas, salí directamente a la terminal, mientras aprovechaba para llamar a la familia, y decirles que seguíamos de una pieza, para mientras lo hacía detectar en la lontananza a cuatro de las seis personas que venía a visitar: Mabel (con sus para mí ya míticas gafas naranjas y una camisa de encaje, siempre vital), Pere ( con una camisa a cuadros, y su barba entrecana, siempre amable), Amaia (vestida de verde para hacer juego con su pelo rojizo, siempre honesta) y Cris (con una de sus camisetas adquiridas en múltiples viajes, siempre jovial). Su recibimiento fue todo lo que me esperaba y más, como siempre.

Sobre las cinco de la tarde, nos dirigimos al nuevo y mejorado aparcamiento del aeropuerto valenciano, para dividirnos entre el coche de Pere y el coche de Cris para encaminarnos a la villa de Bétera, sita a 20 minutos en coche de la capital valenciana y de aeropuerto respectivamente.

Llegados a Bétera, conocimos la morada de Cris y Amaia, y a uno de sus más ilustres habitantes, el señor Ramón. Uno de los primeros gatos que he tenido el gusto de conocer en los últimos tiempos que no parece más bien un perro en una misión secreta en la eterna guerra entre perros y gatos. Individualista, territorial, acariciable solo cuando él quiere... un gato, en definitiva, con 14 años ya cumplidos, y los que le quedan.

Fue una tarde muy agradable la que pasamos, hablando de lo divino y de lo humano, y demostrando que a la hora de tomar un refrigerio de media tarde somos todos de nuestro padre y de nuestra madre, literalmente, porque seis personas tomamos seis bebedizos distintos.

Dejando a un lado las elecciones de bebida, también contamos con la presencia durante tres horas de Antonio, un iberut al que no conocía, sobre el que Amaia me había llevado a sentir curiosidad, ya que ella consideraba que teníamos un timbre de voz semejante. En tres horas tampoco pude hacerme una idea completa, pero no me parece que se parezcan tanto nuestras voces. En cualquier caso, tengo que reconocer que hizo un gran esfuerzo por conocernos a todos los que allí estuvimos, pues es mismo día había experimentado una pérdida familiar sobre la que no entraré en detalles, y que en sus propias palabras le sirvió para poner las cosas en perspectiva, si es que eso es posible en una situación como la que le tocó vivir ese 24 de abril...

Cuando nos despedimos de Antonio, Pere, Cris, Amaia, Mabel y yo nos fuimos a cenar a un restaurante en el que trabaja la maestra de ceremenonias y organizadora de las salas de la boda de Amaia y Cris, y resultó ser una cena muy sabrosa, ya que recurrimos a la vieja táctica de pedir una tapa cada uno, y compartir las cinco entre todos, que siempre da buenos resutados.

Tras recibir sendas llamadas de Antonio (que nos informó de su llegada sin novedad a Ibi) y de Majo y Javi (que nos avisaron que ya habían acabado de cenar y que ya estaban en Amaia´s) retornamos a casa dando un paseo a la vera de las vías del tren. Aprovecho para decir que prefiero el clima valenciano en primavera que en verano. Hacía calor, pero el justo.

Nuestro reencuentro con Majo y Javier, llevó a una madrugada de conversaciones y charlas hasta las cuatro de la mañana primero con ropa de calle, y luego, en su esencia más pura, con los pijamas puestos, preludio inevitable de que antes o después acabaríamos en el piltre.

Me anoto la cama Inflex, por cierto, para cuando tenga una casa propia, y no me lleguen las camas. Se duerme bien, y debía estar cansado que ni me entere de la luz nocturna y diurna hasta bien pasadas mis horas de sueño habituales cuando estoy de viaje (entre 5-6, para los curiosos).

Seguiremos informando.